miércoles, 1 de noviembre de 2023

A Tango

 

Aún recuerdo el día que fui a la perrera, en principio, sin ninguna intención de llevarme a ninguno. Quería ver sobre todo cachorros, pero una vez allí, tu cuidadora Susana me dijo que por qué no veía a todos los perros y por último a los cachorros. Recuerdo que vi unos 150 perros, de todo tipo, unos aterrorizados, otros felices, la mayoría embaucadores haciendo todo tipo de alharacas para conquistarme y que les sacara de allí. Tu fuiste el último, recuerdo que estabas aislado porque, según nos contó una de las cuidadoras, habías tenido algún problema con otro perro, pero no por tu carácter, si no porque entrabas al juego de forma brusca. Me llamó la atención tu personalidad, a diferencia del resto de los perros, me ignoraste completamente, solo tenías ojos y atención para Susana, tu cuidadora. Susana se dio cuenta de que habías despertado algún tipo de interés en mi y me propuso quedarme contigo para conocernos en la parcela grande que utilizan para que los perros jueguen. Una vez allí, a pesar de mis esfuerzos, seguiste sin hacerme ni caso, no con desprecio, pero si con absoluta indiferencia. Ahí es cuando decidí adoptarte y compartir mi vida contigo. Tenías unos 4 años (nunca lo sabremos con seguridad) y, por encima de cualquier cosa, tenías personalidad.

Una vez en casa, te fuiste a la puerta del jardín como diciendo, déjame salir quiero volver a mi perrera. Siguiendo las indicaciones de Susana, no traté de acercarme a ti, sino que dejé que fueras tú el que se acercara. Recuerdo muy bien tu primer acercamiento: un lametón en agradecimiento por haberte puesto la comida.

Poco a poco, te fuiste acostumbrando a tu nueva vida, disfrutando de tus paseos por el campo, en los que comer porquería era uno de tus deportes favoritos. Nos convertimos poco a poco en inseparables y, salvo en los paseos por el campo, fuiste mi sombra, siguiéndome allá donde me moviera.

Hemos vivido 10 años juntos, y digo vivir, porque nos ha pasado de todo: te mordió un zorro, también algún perro, jugaste con un burro, tuvimos que operarte por una torsión de mesentereo para salvarte la vida, estuviste perdido dos días (por accidente, te rompiste un ligamento), te has bañado en el mar, en la piscina, has jugado con perros, perseguido conejos, te encantaban las personas, odiabas quedarte solo.

No puedo dejar pasar tu relación con Duna, tu compañera inseparable tus últimos 8 años. Desde que llegó, ya no te angustiabas tanto cuando me iba de casa. Aunque habéis tenido alguna pelea, os habéis llevado de cine, jugando sin parar y os habéis protegido el uno al otro.

Tampoco puedo olvidar en tus últimos meses, en los que ya no tenías esa fuerza física, tu enorme espíritu: no perdonabas un solo paseo, desafiando al calor que tanto te afectaba e incluso amagando salir detrás de algún conejo.

 Igual que fue tu vida, intensa, tu final también lo fue, recibiendo una cornada de vaca o toro bravo, que, aún no salgo de mi asombro, no fue lo que acabó con tu vida, fue lo que nos hizo descubrir el tumor que no tenía solución y que te iba a hacer sufrir.

Solo quiero decirte que he sido plenamente feliz contigo y que creo y deseo que tu también lo hayas sido.

Nunca olvidaré esa mirada tuya, tu cabezonería, tus sustos cuando dormías, el estar siempre en medio y tú infinita nobleza. Estoy triste porque ya no puedo compartir mi vida contigo, pero muy feliz de haber pasado estos 10 años maravillosos contigo.

Descansa en paz Tanguete, te lo mereces.